Hace ya tiempo, tres niños llamaron a mi puerta, traían entre sus brazos un pequeño gatito de apenas unos días. Su madre no se lo dejaba tener y fueron llamando puerta por puerta para que alguien lo adoptara. En cuanto lo ví, acepté, por ellos, por él y por mí.
Durante los muchos años que estuvo con nosotros se hizo grande y fuerte y siempre fue muy cariñoso.
Ahora estará saltando y cazando con todos sus amigos allá en el paraiso de los gatos, pero siempre está a mi lado, porque tengo una alfombrilla para el mouse con su fotografía incrustada, y así, con sólo levantar la mano, puedo mirarlo y recordarlo.